“En uno mismo se encuentra todo el mundo y si sabes cómo mirar y aprender, la puerta está ahí y la llave está en tus manos.nadie en la tierra puede darte ni la puerta ni la llave para abrirla. salvo tu mismo”. — Jiddu Krishnamurti
Todos llevamos en nuestro interior el impulso de crecer y de realizar nuestro potencial en mayor o menor medida, pero hay algo dentro de nosotros que frecuentemente nos bloquea y nos obstaculiza, no dejándonos manifestar eso realmente único, brillante y grandioso que cada uno (sin excepción) tenemos dentro de nosotros. ¿Te suena verdad?
Cuando somos niños tenemos que esconder impulsos y comportamientos que no son adecuados para obtener aprobación de nuestro entorno, pero también aprendemos a contener gran parte de nuestra energía, autoexpresión y curiosidad innatas. Nos dijeron que teníamos que ser “buenos”, no nos enseñaron que ya somos “esencialmente buenos”, no nos proporcionaron una sensación de aceptación incondicional, de que somos valiosos por lo que somos y no por lo que hacemos.
Nos dieron amor, pero a la vez nos educaron en el deber, en las obligaciones, nos criticaron y nos pusieron límites. Saturno empezó a condicionar nuestra vida y a dejarnos importantes huellas psicológicas. Perdimos el sentimiento de nuestro propio poder y en su lugar se instaló el miedo, el miedo de que siendo tal y como éramos no valdríamos lo suficiente o no encajaríamos con los demás. Por nuestra necesidad de amor y seguridad sacrificamos nuestra naturaleza mas auténtica.
Se instaló en nosotros el temor a nuestra grandeza y la huida de todo lo mejor en que podríamos convertirnos.
El resultado es que por mas dolorosa, frustrante e incómoda que pueda ser nuestra vida, nos aferramos a ella porque es lo conocido, en lugar de abrirnos a algo nuevo. Estamos hartos de nosotros mismos, pero nos cuesta renunciar a nuestra identidad. Dejamos de lado nuestras máximas posibilidades para encajar con la opinión de la mayoría. Nos disminuimos a nosotros mismos de forma inconsciente para que los demás no se sientan inseguros.
Huimos de aquello que sabemos que podemos hacer porque creemos que es demasiado para nosotros. Nos asusta abrirnos a nuestros talentos y potencialidades mas elevados por el temor de lograr algo más allá de lo que han logrado otros, de hacer frente a la responsabilidad que conlleva realizarnos, de no saber abrirnos camino en el horizonte, de fracasar, de no ser lo suficientemente buenos…
Reconocer eso realmente valioso y único que hay dentro de nosotros es incluso mas aterrador que el reconocimiento de lo que es “malo” o inadecuado. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que mas nos asusta.
¿Pero no es a través del dolor, de la frustración y del miedo cuando nos paramos, reflexionamos y actuamos de forma diferente?
Saturno, por tanto, no solo es la experiencia de limitación, también representa el impulso psíquico, natural en el ser humano, gracias al cual podemos aprovechar esa sensación de ansiedad y miedo para superarnos y adquirir un sentimiento de mayor consciencia y plenitud. Saturno es la puerta y a la vez es la llave.
El permanecer permanentemente instalado en el yo pequeño no sirve al mundo. Hemos nacido para manifestar nuestra grandeza, y mientas irradiamos desde nuestro yo verdadero, inconscientemente estamos dando permiso a otras personas para hacer lo mismo.
Saturno es el guardián de la frontera entre lo personal (lo que creemos que somos o el yo pequeño), y lo transpersonal (lo que en esencia somos o el yo verdadero). Es el gran maestro que nos dice que “lo que podemos ser, lo debemos ser”, que somos poderosos mas allá de toda medida y, por lo tanto, nos empuja a que nos responsabilicemos, a que trabajemos en nosotros mismos para superarnos y lograr nuestras metas mas elevadas, y así continuar por el camino de la autorrealización.